La escalerilla del avión nos entregó a un insospechado e increíble calor. Así nos recibió Accra, la capital ghanesa. La confusión de la llegada entre la recogida del equipaje y la concurrencia de personas en la terminal aérea nos puso en contacto, sin previo aviso, con una realidad que nos envolvería durante cuatro meses de nuestras vidas. La bienvenida fue sin protocolos. ¿Ustedes hablan español? Geovanis Delisle, el Jefe de la Misión Médica Cubana, un guantanamero que bien puede confundirse con un nativo a juzgar por su físico y el tiempo en esa tierra africana, se encargó de los cuatro viajeros. Los maleteros llegaron prontos como hormigas a un terrón de azúcar. De inmediato comenzamos a escuchar en inglés, la lengua oficial del país, elogios por una isla que ya extrañábamos. Cuba es muy linda y los cubanos son nuestros amigos_ fueron mágicas palabras que nos trasmitieron confianza para iniciar nuestra incursión. Rumbo a nuestra primera estancia nos sorprendió una ciudad tan linda como nos habían asegurado. Accra por momentos, va superpoblada y con un constante ir y venir, entre edificaciones que a tramos, van cediendo modestia para luego recuperarla y mostrarte el inherente mercadeo que le da vida. Sus avenidas superpobladas de lujosos autos se complementan con intrépidos vendedores que te muestran todo tipo de artículos, o comestibles o los periódicos del día. Ellos van sorteando sus posibilidades junto a otros menos afortunados que apenas pueden alzar su mano para pedir cualquier cosa, en un constante desafío en su tránsito por el capitalismo. El verde y exuberante follaje tropical del sur de Ghana también nos cautivó de inmediato. Aunque eran tiempos del ¨Harmatthan¨ un viento procedente del desierto que cubre todo _ y hasta tu nariz, las pestañas o la boca _ con un manto de polvo y excesivo calor durante el día, nos íbamos sintiendo en familia. Los rostros sonrientes a nuestro paso, las manos extendidas para saludar al ¨yabú¨o al ¨obruní-cocó¨ (el hombre blanco, el extranjero) se repetían por aquellos caminos que una vez emprendidos, no se olvidan. Lo mismo, niños pastoreando famélicas vacas o protegiendo a los choferes al cubrir los huecos de la carretera con sus palitas cargadas de tierra develaban una realidad por descubrir.
viernes, 19 de febrero de 2010
Pretexto
La escalerilla del avión nos entregó a un insospechado e increíble calor. Así nos recibió Accra, la capital ghanesa. La confusión de la llegada entre la recogida del equipaje y la concurrencia de personas en la terminal aérea nos puso en contacto, sin previo aviso, con una realidad que nos envolvería durante cuatro meses de nuestras vidas. La bienvenida fue sin protocolos. ¿Ustedes hablan español? Geovanis Delisle, el Jefe de la Misión Médica Cubana, un guantanamero que bien puede confundirse con un nativo a juzgar por su físico y el tiempo en esa tierra africana, se encargó de los cuatro viajeros. Los maleteros llegaron prontos como hormigas a un terrón de azúcar. De inmediato comenzamos a escuchar en inglés, la lengua oficial del país, elogios por una isla que ya extrañábamos. Cuba es muy linda y los cubanos son nuestros amigos_ fueron mágicas palabras que nos trasmitieron confianza para iniciar nuestra incursión. Rumbo a nuestra primera estancia nos sorprendió una ciudad tan linda como nos habían asegurado. Accra por momentos, va superpoblada y con un constante ir y venir, entre edificaciones que a tramos, van cediendo modestia para luego recuperarla y mostrarte el inherente mercadeo que le da vida. Sus avenidas superpobladas de lujosos autos se complementan con intrépidos vendedores que te muestran todo tipo de artículos, o comestibles o los periódicos del día. Ellos van sorteando sus posibilidades junto a otros menos afortunados que apenas pueden alzar su mano para pedir cualquier cosa, en un constante desafío en su tránsito por el capitalismo. El verde y exuberante follaje tropical del sur de Ghana también nos cautivó de inmediato. Aunque eran tiempos del ¨Harmatthan¨ un viento procedente del desierto que cubre todo _ y hasta tu nariz, las pestañas o la boca _ con un manto de polvo y excesivo calor durante el día, nos íbamos sintiendo en familia. Los rostros sonrientes a nuestro paso, las manos extendidas para saludar al ¨yabú¨o al ¨obruní-cocó¨ (el hombre blanco, el extranjero) se repetían por aquellos caminos que una vez emprendidos, no se olvidan. Lo mismo, niños pastoreando famélicas vacas o protegiendo a los choferes al cubrir los huecos de la carretera con sus palitas cargadas de tierra develaban una realidad por descubrir.
jueves, 11 de febrero de 2010
Fred y el Rey
Quienes le imaginaron con corona y cetro real como en nuestros cuentos infantiles no fueron exactos, pero no distaban mucho si a la solemnidad de la ocasión se referían. Claro, la suerte era que estaban en casa de Fred, un “holguigranmense” o mejor dicho, un guajiro que cultiva tomates en tierra ghanesa, que teje a diario un minucioso recuento de la memoria y escucha bien alto casettes que le gritan: ¡papito ... estoy aquí.!
Y mientras papito Fred hace trillos miles desde el hospital a casa y viceversa, durante el día o la noche, va ganando el afecto de nativos grandes y chicos. Curiosos, eso sí, afables, hospitalarios e inteligentes. Un saludo mañanero con agradecidos ojos y sonrisa sana no se desdeña en ninguna circunstancia.
Para el médico general integral Fred Delgado, ahora Namdom es su propia casa. Aunque allí las horas son más largas, los calores más intensos y el esfuerzo por comunicarse es agotador, los rostros dejan escapar expresiones que alivian las distancias. Risueños como bálsamo al alma, los vecinos de Fred le ven pasar y llegan hasta su casa, cuidan su sembrado y a su chiva Mirtica, quien se encarga de alborotar la paz de los días en Namdom.
Ese día en que llegó el Rey, el Doctor Fred estaba muy contento porque logró salvar la mamo de Koami, quien con sus seis años ya conoció del infinito dolor de una mordedura de serpiente. Y suerte fue que su abuela pudo acopiar algún dinerito para correr por la salvación de su nieto y llegar al hospitalito antes de que se extiendera el mal del reptil. Si demora un tanto más ni la mano ni los oscuros y brillantes ojos de Koami seguirían regalando sueños.
Fred habló con orgullo de su éxito con el tratamiento. Pero, mientras paseaba por la desvencijada sala donde se hospitalizan a los niños en el Hospital de Nandom, no sólo nos mostró a Koami, también nos habló de la suerte que corren unos jimaguas nacidos de una madre sin recursos para alimentarlos. Sencillamente la madre pone todo el esfuerzo en el más fuerte, si el otro se salva, es pura casualidad.
“La madre ghanesa como en cualquier parte del mundo quiere mucho a sus hijos, y su más ferviente deseo es salvarlos a todos, y darles lo mejor que exista en la vida. Pero no siempre esas intenciones van acompañadas de las posibilidades. Nosotros intentamos variar un poco una parte de su realidad, ayudarles a comprender que siempre existe una esperanza. Y no creas, en muchos casos lo logramos”.
“Ahora en Nandom no son pocas las madres que piden nuestra asistencia, en cualquier momento del día o de la noche. Como vivimos dentro del área del Hospital podemos correr enseguida que nos procuran y eso también les da confianza”.
“Te puedo asegurar que aunque las personas piensen que los hombres somos más fuertes y no lloramos, es muy difícil ver que un niño se te va a morir si no le suministras pronto el medicamento, o si no lo trajeron en tiempo al hospital. Para el que es padre, y tiene hijos pequeños como es mi caso, las lágrimas no te piden permiso para llegar. Y no me apena decirlo, lo que me apena es que cosas como éstas aun sucedan en el planeta”.
“Por eso, cada vez que puedo ayudarlos lo hago y siempre que tengo ocasión también les hago chistes y bromas, que entienden y reciben muy bien, como si fueran cubanos que conozco de toda la vida”
Cuando pensaba en las palabras de Fred, apareció el rey de Nandom, contagiado con el carisma de ese genuino cubano que va robando corazones a su paso. El Naa prefirió hacer un alto y sentirse a sus anchas entre Fred y esos amigos que llegaron para ayudar a los suyos. Vino a agradecerles su presencia en Nandom, y en el resto de las zonas de la región de Uper West: Jirapa, Nandolí, Wa, Lowra, y Tumú. Zonas tan alejadas, áridas e inhóspitas que no sería difícil contar los visitantes que hasta ella llegan.
El verbo fácil no debe ser ajeno para un rey, al menos éste hizo gala de su locuacidad y encantos para robarse la atención de los nuevos vecinos de Upper West. Del respeto a los jefes en esa zona comentó el rey. De la confianza en los cooperantes habló largo antes de enviar saludos a los cubanos y al Comandante Fidel, por sus solidarias acciones.
Entre tanto, los amigos de Fred atentos y solícitos brindaban al rey de Nandom lo mejor que tenían como se hace en una casa bien cubana. Para este “rey de reyes”, como se le conoció, comer en público fue tabú hasta probar un delicioso cóctel de frutas aliñado con sangría y una digna muestra de la cocina cubana. Pasar un rato a la cubana no sólo traía cuentos y risas. Lo que ni él mismo había previsto fue que la irrupción de la música le invitara a bailar como si toda la vida hubiera disfrutado de los ritmos cubanos.
Pero ¿de qué otra manera, podría estarse en casa de Fred?
¿Muerte ó viaje de rutina?
“Me pregunté enseguida qué significaban las cámaras de video, las fotos, y ese grupo de personas con ropas tradicionales muy parecidas en la puerta de la morgue. Pensé que se trataba de una actividad gubernamental, pero pronto me comentaron que eso allí lo vería muy a menudo, era un funeral ”_ así me cuenta sobre su primer día de trabajo en Ghana, Maritza, la patóloga.
Maritza prefiere no escribir cartas. Conversa todo el tiempo con Carlos Manuel. ¨Ya es casi un jovencito y aunque me extraña, está orgulloso de que su mamá cumpla con una misión tan importante. Ayudar a todo el que lo necesite para mí es un imperativo, una práctica en mi vida".
La apariencia de
Especialista en primer grado en Anatomía Patológica del Hospital General Docente Aqhostino Neto en Guantánamo y con diez años de experiencia, Maritza Lobaina Castillo es la única mujer del grupo de tres patólogos cubanos que han revolucionado ese servicio en Ghana.
Según me contó esta doctora y confirmaron varios ministros regionales de salud en ese país, el aporte de ella y de los santiagueros Delfín Chaveco y Adrián Nuñez no sólo ha resultado novedoso sino muy aceptado por los pacientes.
Por ejemplo, “la biopsia por aspiración con aguja fina¨ o BAAF, práctica introducida en el país por los cooperantes, para diagnosticar las enfermedades de mama, frecuentes en Ghana, resulta menos costoso y menos agresivo para el paciente. Con ese método se evita la exposición directa al salón de operaciones, pues muchas veces, la solución está en un tratamiento medicamentoso”.
Así quedó establecida la consulta externa de BAAF apoyada en su integralidad con la mamografía que realiza otro cubano: el profesor radiólogo Jorge Morejón.
Hasta el Hospital Militar 37, donde trabaja Maritza Lobaina en Accra, la capital ghanesa llegan mujeres desde otras regiones del país enviadas por médicos ghaneses y cooperantes cubanos para ser atendidas en la consulta de citología vaginal dedicada especialmente a las que ya practican relaciones sexuales.
“El diagnóstico precoz y la prevención de patologías tan frecuentes y de mal pronóstico como el cáncer cérvico vaginal son resultados incipientes pero ya palpables en las expectativas de vida de la población femenina en Ghana”.
Con cada nueva hoja del almanaque aumentan los compromisos con una población urgida de mayor asistencia especializada. Ahora Maritza va inmersa en una investigación junto a la oftalmóloga capitalina Idelina Fernández.
“Muchos pacientes llegaban aquejados de una picazón en los ojos que no mejoraba con el tratamiento seleccionado. Entonces iniciamos la citología ocular en serie que arrojó como resultado una conjuntivitis causada por hongos. La identificación de su tipología y el cómo combatirlos de manera efectiva es ahora el principal reto”.
De todo ello, Maritza, en silencio, le conversa a su hijo Carlos Manuel. Poco a poco, ella teje un enjundioso diario donde no faltará la referencia, al primer día en la morgue ghanesa.
Aquel olor dulzón y avinagrado de la bebida preparada para la ocasión que se mezclaba con el de los atuendos sacados al aire por la novedad son reticentes en mi memoria. La ceremoniosa llegada de nuestro equipo de trabajo, de pronto, inmerso en una práctica insospechada nada tuvo que ver con lo que allí descubrimos.
El doliente era profesor de la universidad, también iba vestido de largo, con una túnica blanquinegra. Para sorpresa nuestra nos recibió con una amplia sonrisa. "Su madre había muerto pero, la obra de su vida, multiplicada en sus descendientes era para estar orgulloso".
En Ghana se enfrenta el acto de la muerte como una etapa diferente de la vida. Al fallecido se le preparan las condiciones como si fuera a iniciar un largo viaje donde tendrá las mismas necesidades que los vivos. En ese tiempo estará separado de sus seres queridos, quienes deciden adorarlo porque no saben cuándo será el reencuentro.
“Los preparativos tomarán el tiempo preciso para que familiares y amigos puedan acopiar lo suficiente para acompañarle. La familia más cercana se quita una prenda importante para que lo recuerde, le ponen dinero para que compren el agua cuando sientan sed, una toalla para que se seque el sudor, y una lujosa almohada para que el viaje sea confortable”_ me explica Maritza, la patóloga.
“A veces, el funeral devenido una de las celebraciones más importantes de Ghana se puede demorar hasta un año para su realización. Mientras tanto, la familia paga para que esté congelado en la morgue mientras llega el momento. Y será más o menos lujoso de acuerdo con la economía que respalde a los dolientes”.
“Los asistentes al funeral se pondrán sus mejores galas o mandarán a confeccionar el atuendo acertado. Si el muerto es una persona adulta, los colores que presidirán la ceremonia serán el blanco y el negro. Esa persona alcanzó la gloria pues logró cumplir con sus funciones vitales, formar familia, dejar hijos, nietos. Mientras, la tristeza por la muerte de un joven se anuncia con los colores rojo y negro”.
“Cada ritual será a la manera de las diferentes etnias. Pero en todos serán comunes los obsequios a la familia del fallecido, comidas, bebidas y bailes propios de la zona que podrán alcanzar varias y agotadoras jornadas”.
Maritza, la patóloga que con estas vivencias enriquece su investigación en torno a la aceptación o no, de la muerte por los seres humanos, me cuenta que los días preferidos para las celebraciones de funerales son los fines de semana. Por lo general, el viernes se expone al fallecido a la vista de todos. Desde una silla sentado el cadáver preside su ceremonia donde se le dedican palabras ante el gran auditórium. Y ciertamente, sólo hay que recorrer cualquier tramo de la geografía ghanesa durante un fin de semana para comprobarlo.
“La vida social es bien animada durante todos esos días. Luego de inhumar el cadáver continúa la llegada de amigos y familiares y de regalos hasta el domingo en la mañana cuando se le despide también en la iglesia. Después, en la tarde y de nuevo en casa, sigue la peculiar fiesta”.
Otra curiosidad relacionada con la muerte en tierra ghanesa son sus famosos sarcófagos. Como cotorras, vacas, botellas de bebida, aviones, carros, insectos hasta las más inimaginables representaciones de acuerdo con las preferencias del fallecido se pueden lograr en varias carpinterías dedicadas a preservar esa tradición no tan antigua como extendida entre diferentes etnias. Por supuesto, para los que pueden pagar.
De todo ello pude conversar con Maritza Lobaina, la patóloga quien no pierde de vista ningún detalle revelador de la manera de ser del ghanés para contarle a su hijo Carlos Manuel, a quien espera con ansias poder abrazar muy pronto. Mientras tanto teje y reteje la imaginaria carta que le susurra desde lejos, como cuando era pequeño.
Moasi no es una excepción
Su rostro tan joven, sus ojos de sueños nos encantó y nos interesamos en ella. Moasi con 23 años de edad estaba por entrar al salón de operaciones del hospital distrital de Ho. Su mal era visible.
Uno de sus senos había crecido descomunalmente, como consecuencia de una infección desatendida. Mientras los médicos cubanos aún debatían cuál sería la mejor solución, ella con la cabeza hacia abajo, parecía lamentarse estar ahora en ese estado. Tras su evidente inconformidad se descubría el peso heredado desde sus ancestros.
Su nacimiento la marcó como mujer. Ojalá hubieran sido sólo los collares a la cintura para diferenciarla de los varones. Muy doloroso fue la mutilación de su clítoris. Las costumbres atestiguaban como consecuencia mayor higiene y la disminución del placer que propiciaban castidad y virginidad hasta el casamiento. Por supuesto, un matrimonio preferiblemente, con no menos de diez hijos.
A su familia no la vimos allí. No supimos cuál sería exactamente su realidad. No precisamos si su tardanza al hospital se debió a la falta del dinero necesario o si tuvo que esperar al permiso concedido por el hombre de la casa. Esa es otra costumbre que padecen las mujeres ghanesas.
La mujer es la que atiende la casa, se ocupa de los quehaceres, lo mismo en el hogar, que en el campo o en el mercado. Sólo es el hombre quien decide qué se hace con el dinero. Mientras más fuerte es la mujer menos necesidad tiene de la atención especializada.
Cuentan que hace muchísimos años, los hombres antes de partir a la guerra, visitaban los santuarios para pedirle ayuda a las deidades. Entonces prometían el ofrecimiento de mujeres, si regresaban con vida. Esas mujeres conocidas como las “troskosis” o “esclavas de las deidades” _ en lengua ewe_ estarían dedicadas para siempre a cargar el agua sagrada, a cocinar, a lavar, a labrar la tierra. Se trataba de una servidumbre que llegaba hasta la vida sexual.
Aunque esa forma de esclavitud es condenada por el Parlamento Ghanés, aun en la práctica las mujeres están en desventaja desde el punto de vista social.
Después de conocer esos detalles no sólo deseamos intensamente que Moasi se recuperara pronto, sino que esa evidente inconformidad con sus ancestrales días le otorgaran más que lamentos, infinitas fuerzas para transformarlos.
A quince minutos de Apipecopé
Unos llevan textiles en sus cabezas, otros palanganas cargadas con chancletas, baterías, máquinas da afeitar, radios, y todo cuanto se pueda imaginar como si fueran árboles itinerantes. Hay quienes tienen ocupaciones más singulares, como las de esa muchacha y su madre que cada mañana apilan y trasladan las piedras que va dejando la rotura de las calles.
Hacía sólo unos pocos días que recorríamos Ghana. Todavía nos impresionaba sobremanera la amabilidad, la decencia, y la sonrisa de los habitantes de Ho, en la región del Volta. Aquella zona no agredía a la vista, nos mostraba una realidad desconocida pero podíamos sentir cercanía gracias a sus pobladores. A nuestro paso, especialmente los niños y los más deshinibidos adultos nos pedían direcciones y amistad.El difícil tránsito, por fin, nos permitió arribar a una moderna instalación donde laboran unos diez cooperantes cubanos. Justo con su llegada se pudo inaugurar el Hospital Regional del Volta que se abre espacioso y confortable. En sus departamentos brillan sofisticados instrumentales y equipos con beneficio accesible sólo para quien su economía pueda respaldarlo.
Por eso, los colaboradores cubanos, también visitan las comunidades o villas donde viven los más pobres. Así el Programa Integral de Salud puede multiplicar sus intentos por variar realidades sanitarias en los más distantes parajes.
APIPECOPE
Dejando atrás el moderno Hospital Regional del Volta, un claro de tierra revela la aparición de algunas casitas en irremediable espontaneidad. La tierra baldía, que se extiende como único tesoro y el desafiante sol suelen ser los primeros anfitriones.
La blanquísima oleada de colaboradores cubanos acompañados por estudiantes de enfermería ghanesas irrumpe en el declinar de días muy parecidos. En Apipecopé sólo es accidental el bocado para llevarse a la boca y las inclemencias de una subsistencia desconocedora de qué ocurre allá afuera, a sólo quince minutos de camino.
Un gracioso revoloteo se expande de casa en casa. Especialmente, las madres y un enjambre de niños invaden el lugar ya acostumbrado para el encuentro con los colaboradores. Ojos grandes con profundos horizontes por explorar, laberintos donde se refugian elementales anhelos salen al paso de quienes van regalando ternura. La comunicación no identifica barreras.
La dispensarización de los habitantes, el reconocimiento en cada nueva consulta comunitaria deviene fiesta para quienes ya esperan cada cierto tiempo a sus salvadores. Anita, Danilo, Carlos, Emilia, Iraida, Amado, Ana María, Ericelio, Rafael, Blanca son nombres que reconocen amigos los niños y adultos de Villa Apipe, esos desventurados que no pueden darse el lujo de pagar una consulta médica en su país.
Ni famélico, ni canijo o transido pudieran ser adjetivos para calificarlo. Su madre, que lucía abuela, no podía explicarse como aún mantenía abiertos sus ojos. Apenas tenía color, no podía sostener su cabeza y aunque le achacaban tres años, parecía de unos pocos meses. Sólo un mal congénito como el SIDA, la desnutrición extrema y la desatención sanitaria pudieron llevarlo a ese estado.
La pediatra Anita Pagés, lo reconocía con la misma dedicación que si lo fuera a ver salir saltando entre sus manos. El caso rozaba lo increíble. Esa anunciada visita siempre ponía a prueba su profesionalidad. Su pulso no temblaba pero su clara mirada se embotaba de lágrimas. Sólo con ver la cara de Anita era posible advertir que algo tremendo tenía delante. Contemplar la imagen de aquel niño y su madre, resultaban suficientes para aprender de golpe el significado de la palabra desamparo.
Herenia, Elizabeth y la esperanza...
Fotos: Róger Carballosa
Luego de conocer el triste final de esta historia, no es fácil dejar de pensar en esa niña que hubiera podido crecer para orgullo de su padre, si su realidad hubiera sido distinta. Sin embargo, pasó algún tiempo para confirmar otra muy alentadora razón para que los cooperantes cubanos continúen su entrega de humanidad.
“Nunca he podido olvidar a aquel niño con mirada de plegaria”_ comenté tiempo después a Herenia, la anestesista. Entonces noté que a la holguinera se le iluminaba el rostro._ “Gracias a nuestros cuidados, ese niño a los tres días estaba recuperado. El niño se salvó”.