jueves, 11 de febrero de 2010

Herenia, Elizabeth y la esperanza...


Fotos: Róger Carballosa

Aquella mirada de plegaria infinita retorna constantemente a mis recuerdos. Nunca supe su nombre. Ni siquiera para ello había tiempo. Debía tener dos o tres años. Siempre me preguntaré por qué la madre parece ajena al dolor de su pequeño hijo que jadeaba muy bajito. Alguien habló de estertores. La malaria cerebral casi nunca perdona. Llegar al hospital pasadas las horas precisas para la cura no es casual. Es una obligada costumbre, mientras se reúne algún dinero para pagar la asistencia médica.

¿Cuántos hijos de esa joven, habrán tenido similar desventura? ¿Cuántas veces ella se habrá reconocido en ese trance contra la muerte? Palabra cruel e inaceptada cuando se trata de una criatura que sólo pudiera regalar balbuceos y sonrisas. La deshidratación ya le había deteriorado bastante. Pero, Herenia Robel, la anestesista cubana lo intentó repetidas veces hasta lograr la canalización de aquellas venas. El pequeño paciente no alcanzaba fuerzas para llorar. Pero quien sabe si su fija y brillante mirada gritaba el secreto consuelo de contar con alguien a quien parecía importarle que mantuviera abierto sus ojitos.

Y es que la holguinera Herenia enfrenta como madre cada uno de sus casos. Su orgullo al hablar de la disminución de la mortalidad infantil, desde la llegada de los especialistas cubanos, no tiene absolutamente nada que ver con el respeto a estadísticas, más bien con su defensa intrínseca de la vida, ahora desde el hospital de Ashanti Mampong.
Muy cerca de Kumasi, la segunda ciudad en importancia en Ghana, especialmente por ser la más fuerte desde el punto de vista comercial, está Ashanti Mampong. Una región de ¨bigs mans¨, seres que nada parecen conocer de las vicisitudes como las del niño de esta historia y su madre.
La pediatra Elizabeth Palau estuvo muy nerviosa aquella mañana. A sus 34 años, la realidad comenzaba a acusar otras aristas. De cada uno de sus días vividos como médico cooperante del Programa Integral de Salud tenía algo para contar. Parecía que de las anécdotas que guarda sacaba el aliento para enfrentar los casos vistos en la sala de pediatría. Sin darse cuenta, viene y va mentalmente, desde la misión en Ghana a su Santiago de Cuba natal. Siente que allí su hijo está a salvo.


Ni Herenia ni Elizabeth se conforman con aceptar la suerte que corren los niños en Ghana. Yao , por ejemplo, casi no puede caminar por su gran barriga que está llena de un líquido que le comprime los órganos. Las calladas lágrimas de Yao ponían de mal humor a Elizabeth como si no pudiera retener la impotencia. Su alivio era contar y contar.

De esa manera descargaba el pecho de tanta injusticia acumulada. Pero el recuento del episodio de una de sus noches más terribles en Ashanti Mampong puso sello al interminable anecdotario.“Aquella madrugada, el padre con su hija de seis años regresó del hospital con ella al hombro. La niña no rebasó la fiebre. No alcanzó el tiempo ni el dinero. Sólo se alzó una voz para decirle _se fue”.
Cuando llegaron las especialistas cubanas, el padre en silencio iba llorando su suerte.

Luego de conocer el triste final de esta historia, no es fácil dejar de pensar en esa niña que hubiera podido crecer para orgullo de su padre, si su realidad hubiera sido distinta. Sin embargo, pasó algún tiempo para confirmar otra muy alentadora razón para que los cooperantes cubanos continúen su entrega de humanidad.


“Nunca he podido olvidar a aquel niño con mirada de plegaria”_ comenté tiempo después a Herenia, la anestesista. Entonces noté que a la holguinera se le iluminaba el rostro._ “Gracias a nuestros cuidados, ese niño a los tres días estaba recuperado. El niño se salvó”.

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