jueves, 11 de febrero de 2010

A quince minutos de Apipecopé

En la mañana, un grupo de hombres, palas y picos en mano, se disponían a abrir zanjas en aquella ancha vía que conducía al hospital regional. Muy pronto debían aparecer las aceras. Mientras tanto, los que se dedicaban a la venta en el mercado también marchaban a montar las tarimas que animaban la vida en la ciudad y le imprimían el colorido y el bullicio que te dicen estás en África.

Unos llevan textiles en sus cabezas, otros palanganas cargadas con chancletas, baterías, máquinas da afeitar, radios, y todo cuanto se pueda imaginar como si fueran árboles itinerantes. Hay quienes tienen ocupaciones más singulares, como las de esa muchacha y su madre que cada mañana apilan y trasladan las piedras que va dejando la rotura de las calles.

Hacía sólo unos pocos días que recorríamos Ghana. Todavía nos impresionaba sobremanera la amabilidad, la decencia, y la sonrisa de los habitantes de Ho, en la región del Volta. Aquella zona no agredía a la vista, nos mostraba una realidad desconocida pero podíamos sentir cercanía gracias a sus pobladores. A nuestro paso, especialmente los niños y los más deshinibidos adultos nos pedían direcciones y amistad.

El difícil tránsito, por fin, nos permitió arribar a una moderna instalación donde laboran unos diez cooperantes cubanos. Justo con su llegada se pudo inaugurar el Hospital Regional del Volta que se abre espacioso y confortable. En sus departamentos brillan sofisticados instrumentales y equipos con beneficio accesible sólo para quien su economía pueda respaldarlo.

Por eso, los colaboradores cubanos, también visitan las comunidades o villas donde viven los más pobres. Así el Programa Integral de Salud puede multiplicar sus intentos por variar realidades sanitarias en los más distantes parajes.

APIPECOPE

Dejando atrás el moderno Hospital Regional del Volta, un claro de tierra revela la aparición de algunas casitas en irremediable espontaneidad. La tierra baldía, que se extiende como único tesoro y el desafiante sol suelen ser los primeros anfitriones.

La blanquísima oleada de colaboradores cubanos acompañados por estudiantes de enfermería ghanesas irrumpe en el declinar de días muy parecidos. En Apipecopé sólo es accidental el bocado para llevarse a la boca y las inclemencias de una subsistencia desconocedora de qué ocurre allá afuera, a sólo quince minutos de camino.

Un gracioso revoloteo se expande de casa en casa. Especialmente, las madres y un enjambre de niños invaden el lugar ya acostumbrado para el encuentro con los colaboradores. Ojos grandes con profundos horizontes por explorar, laberintos donde se refugian elementales anhelos salen al paso de quienes van regalando ternura. La comunicación no identifica barreras.

La dispensarización de los habitantes, el reconocimiento en cada nueva consulta comunitaria deviene fiesta para quienes ya esperan cada cierto tiempo a sus salvadores. Anita, Danilo, Carlos, Emilia, Iraida, Amado, Ana María, Ericelio, Rafael, Blanca son nombres que reconocen amigos los niños y adultos de Villa Apipe, esos desventurados que no pueden darse el lujo de pagar una consulta médica en su país.

Ni famélico, ni canijo o transido pudieran ser adjetivos para calificarlo. Su madre, que lucía abuela, no podía explicarse como aún mantenía abiertos sus ojos. Apenas tenía color, no podía sostener su cabeza y aunque le achacaban tres años, parecía de unos pocos meses. Sólo un mal congénito como el SIDA, la desnutrición extrema y la desatención sanitaria pudieron llevarlo a ese estado.

La pediatra Anita Pagés, lo reconocía con la misma dedicación que si lo fuera a ver salir saltando entre sus manos. El caso rozaba lo increíble. Esa anunciada visita siempre ponía a prueba su profesionalidad. Su pulso no temblaba pero su clara mirada se embotaba de lágrimas. Sólo con ver la cara de Anita era posible advertir que algo tremendo tenía delante. Contemplar la imagen de aquel niño y su madre, resultaban suficientes para aprender de golpe el significado de la palabra desamparo.

Pero hasta ese rinconcito del mundo llega Cuba ataviada con batas blancas y caras afables. Hasta cada una de esas chozas llega el aliento por variar un tanto, hábitos de vida. Pláticas colectivas e individuales, donde media de manera mágica el deseo de la comunicación, van quedando en sus mentes, como esa pertinaz gota de agua .

No hay comentarios: